martes, 10 de julio de 2012

variaciones sobre goya

Lo que sigue fascinando de Goya es que hay un Goya para cada persona, para cada estado de ánimo. Desde el académico del Cristo crucificado, hasta el mordaz y a la vez pragmático de La familia de Carlos IV, pasando por el aterrador de La romería de San Isidro. Un tipo que tocó con maestría los palos del neoclasicismo, del romanticismo y que abrió caminos para las posteriores vanguardias, es alguien que merece todo respeto y todo seal of approval. Dentro de ese caleidoscopio de estilos y sensibilidades, una de las salas de El Prado está dedicada a sus Pinturas negras. El contraste que se percibe cuando uno entra en ella, acentuado por la tenue luz de la habitación, es evidente. Son pinturas alejadas del color y el optimismo cotidiano de sus primeros cartones; oscuras y tétricas, reflejan los últimos sentimientos de un hombre derrotado políticamente (él, que siempre había estado próximo de los ilustrados y los liberales, debía soportar ahora la restauración absolutista de Fernando VII), con la mayoría de sus amigos encarcelados o en el exilio; aislado en su Quinta (de hecho, esta serie de pinturas decoraban las paredes de esa casa), sordo y viudo. Personalmente, nunca he sido muy goyesco; en realidad, nunca he sentido una gran pasión por la pintura, pero en esa sala plagada de cabrones (literalmente), viejos cadavéricos y dioses caníbales sobre fondos oscuros, un cuadro, totalmente diferente, me atrajo como ninguno antes lo había hecho.

Hablo de Perro semihundido, un cuadro con un alargado fondo ocre, desesperantemente vacío, angustiosamente eterno, en el que apenas se puede ver la cabeza de un perro que se asoma desde abajo. Así, tan enigmático y distinto al resto de Pinturas negras, ya de por sí tan enigmáticas y distintas. Dicen los que saben que, con esa simpleza preanuncia lo que será el expresionismo y hasta el arte abstracto. De acuerdo con el título (ajeno al artista), uno podría imaginar al pobre animal hundiéndose lentamente en la arena, con su mirada hacia el cielo, pidiendo ayuda con sus ojos, sumiso a su destino.

Pero, en realidad, hay más de lo que vemos. Al menos, de lo que vemos a simple vista, porque no debemos olvidar que estas pinturas fueron arrancadas de los muros de la Quinta y pasadas a lienzo en el siglo XIX. Y en ese traslado (bastante agresivo en sí mismo) el restaurador cometió verdaderas tropelías, eliminando matices y elementos que hacen replantear el sentido de todo el conjunto. Así, como hemos podido apreciar en negativos de fotografías redescubiertas recientemente, el Perro semihundido aparecía en el orginal de Goya observando atentamente a unos pájaros que sobrevuelan la roca de la derecha. Sigue estando solo, sí, pero no está hundiéndose. En mi imaginación, tiene esa mirada que mezcla resignación castellana y paciencia perruna, pero a la vez tranquilidad y confianza ante el gran reto que tiene delante; como el ciclista que mira desde la base la cima del puerto, que sabe lo duros que serán los próximos kilómetros, pero que sabe también que llegará antes o después.

Esa, al menos, es la interpretación con la que quiero soñar. O puede, simplemente, que el cuadro esté inacabado. Porque lo que fascina de Goya es que hay un Goya para cada persona, para cada estado de ánimo.

PD: Como me emocionó tanto el cuadro, he hecho alguna variación personal. Aparte de la que se ve en el post, esta es quizás la más cuqui (?): http://twitpic.com/a61l0j.

1 comentario:

  1. Análisis sobre las pinturas negras de Goya http://www.olemiarte.com/blog/noticias/las-pinturas-negras-de-goya/

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