jueves, 26 de julio de 2012

los dinosaurios nunca se marchan

En América Latina, lo sabía bien Monterroso, los dinosaurios no sólo regresan, sino que, en realidad, nunca llegan a marcharse. Lo saben de sobra en Argentina, donde infinidad de golpes militares, democracias muy de aquella manera y gobiernos de la oposición no han sido capaces de acabar con la imbatibilidad del fenómeno peronista, de nuevo hoy, partido hegemónico (y casi único) en el país (y por los siglos de los siglos, amén, hasta improbable hecatombe). Lo saben también en México, donde, tras las elecciones celebradas el 1 de julio, el PRI, el partido que lo fue todo (y que en realidad nunca se fue), volvió a recuperar la presidencia del país.

Con el tiempo descubriremos qué PRI ha regresado encarnado en Peña Nieto, ese nuevo presidente, tan peinado, tan fotogénico, tan ambiguo en su discurso, que parece sacado de una novela de Televisa. De hecho, la principal crítica que ha tenido que capear durante la campaña ha sido la de no ser más que un producto a medida del gigante televisivo. Habrá que ver, pues, quién es ese Peña Nieto presidente, antiguo gobernador del complejo Estado de México, más allá de las generalidades de una campaña que ha tenido como hecho más curioso (y quizás definitorio) su amnesia literaria en la Feria de Guadalajara. Habrá que ver si tiene autoridad propia para imponerse en el universo príista, habrá que ver si se apoya en lo nuevo o en lo viejo del partido, si es que hay alguna diferencia. Habrá que ver si su política contra el narcotráfico difiere en algo de lo propuesto por Calderón, cuáles serán las nuevas relaciones con el resto de América Latina y con los vecinos del Norte, cómo se blindará el país ante la crisis.

Pero, sobre todo, habrá que ver qué PRI llega doce años después de abandonar el gobierno. Es obvio que no será aquel partido que se confundía totalmente con el estado, en aquella dictadura perfecta que hasta se podía permitir una fachada de legalidad. Primero, porque algunas (no sé si muchas) cosas buenas se han hecho en estos años en la extraña transición a la democracia mexicana. En segundo lugar, porque, pese a haber recuperado la presidencia, el PRI no se ha comportado como el rodillo electoral que fue antaño: la falta de mayoría absoluta en el Congreso le obligará a pactar con otros grupos y a inaugurar un estilo hasta ahora desconocido (a nivel nacional) por el partido. En ese sentido, desde la barrera, va a ser un sexenio divertido de analizar: no sólo por el PRI, sino también por saber qué ocurre con el PAN, convertido ahora en el tercer partido tras el desgaste de dos mandatos presidenciales que no han colmado las expectativas (¿se convertirá en un partido bisagra?, ¿irá desintegrándose hacia el bipartidismo?), y con el PRD, del que no queda claro aún qué tipo de oposición y qué tipo de liderazgo asumirá. Quedan por ver muchas cosas en el nuevo México que comienza en diciembre, pero la principal será saber cómo ha evolucionado el dinosaurio.

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