jueves, 25 de febrero de 2010

bajo la lluvia ajena


Si en algo se parecen Buenos Aires y Elche (y se parecen en más cosas de las que uno cabría pensar a simple vista) es que cuando llueve, llueve como si fuera la última vez. En Elche, ciudad más pequeña al fin y al cabo y bien preparada para este tipo de problemas, la cosa no suele revertir mayor problema (salvo alguna pequeña inundación). En la gigantesca Buenos Aires, la lluvia puede derivar en todo caos, con zonas literalmente anegadas por el agua ¿o por qué creen que las casas del barrio de la Boca tienen la puerta a casi un metro del nivel de la calle?. No es algo nuevo, viene sucediendo desde siempre y ya se cobró en el pasado varias vidas, así que uno no sabe si su falta de solución se debe a la magnitud del problema o a una dejadez enorme
Estos días hubo tres fuertes lluvias en la ciudad, que provocaron las tradicionales inundaciones (pequeñas, esta vez, en comparación con el pasado, pero igualmente molestas) y los tradicionales colapsos. En mi caso, fue un asunto menor, claro: la del viernes 19 me pilló en la biblioteca del Congreso. De repente se oyó cómo empezó a llover y llover. Nada grave, pero a eso de las cinco de la tarde nos dijeron que teníamos que marcharnos todos, porque el depósito de los libros se estaba empezando a inundar. No sé si sería cierto o si simplemente tenían ganas de alargar el finde, pero a la salida vimos que sí, que efectivamente estaba lloviendo muy en serio y que la calle se había convertido en un pequeño río. Corrí hasta el metro, hasta la parada de la línea A. Pero no hubo suerte: se trata de la primera línea que se construyó, a apenas unos metros bajo tierra (de hecho, se escuchan los coches pasar por arriba) y, con el agua que había caído, había dejado de funcionar.
Salí del metro y tomé Callao en busca de un taxi: imposible, todos estaban llenos (y eso que casi hay más taxis que habitantes). Así que me tocó armarme de valor y recorrer unos 500 metros bajo toda esa lluvia hasta llegar a la parada de la otra línea de metro. La cosa no acabó ahí, porque la línea que tenía que tomar a continuación, la D, tampoco funcionaba. Pero, al final, llegué a casa. Home, but not dry.

Ésta es la verdadera bajo la lluvia ajena.

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