viernes, 12 de septiembre de 2008

¿quién gana en el muñonbol?



Como en la mayoría de deportes de pelota, el objetivo de los jugadores de muñonbol es marcar goles, es decir, meter el baloncito en la semicircunferencia que sirve de portería y que está al fondo de la piscina (y, recordemos, sólo se puede usar el puño y hay que pasársela antes dos veces por lo menos). Claro que ése sería el gol clásico (el que cuenta, al fin y al cabo), porque luego hay otros de carácter más simbólico, como el gol-gel (la pelota se pierde por un lateral y casualmente tira una botella de gel por ahí perdida), el gol a la autro-húngara (si, por ejemplo, se encala en una maceta), a la francesa (si golpea un felpudo colocado tras la portería) o el rey de los goles simbólicos, el gol olímpico: de complejísima ejecución en el fútbol, pero que en el muñonbol, dadas las dimensiones de la piscina, es casi imposible fallarlo (por cierto, los penalty-córners se lanzan cuando a los jugadores les da por ahí, sin más requisitos).

Pero, si la cuestión es marcar goles, ¿quién gana en el muñonbol? La respuesta requiere adentrarnos en el pasado: en los albores de este deporte, cuando reinaba el amateurismo y era practicado por unos pocos gentlemen, esta pregunta carecía de sentido: el solo hecho de jugar y de compartir unos valores representaba de por sí una victoria. Luego, cuando el juego se hizo más popular y entró el virus del profesionalismo, todo se dirimía en conocer quién era capaz de conseguir más goles.
Aquella competencia, sin embargo, estuvo a punto de matar este deporte. Los jugadores se peleaban entre sí, inventaban cualquier excusa para no pasar a su compañero y olvidaron los valores del equipo. Se intentó paliar puntuando también las asistencias, sin grandes resultados, hasta que por fin, tras años de búsqueda se halló la solución.

Si era peligroso premiar al mayor goleador, como también lo era galardonar al menor, ¿por qué no buscar una solución intermedia? ¿por qué no declarar vencedor al, por ejemplo, tercer goleador? Y si todos querían ganar, ¿por qué no inventar premios para todos? Y así nacieron las competiciones para elegir al mejor par (máximo goleador con cifra par), al mejor impar, al máximo húmedo (jugador más mojado en el momento de realizarse los goles), máximo seco, mejor zurdo, mejor jugadora femenina rubia y cualquiera imaginable hasta que todo el mundo acabara feliz el juego.

Finalmente, para el caso de que alguien quiera conseguir la felicidad máxima, se inventaron los desempates, los cuales se dirimen con un lanzamiento de penalty: el portero lanza la pelota al grupo de jugadores alineados tras la línea de penalty, que intentarán rematar de forma directa. Por supuesto, la cosa no es tan sencilla como que el que marca gana. Aunque las reglas pueden variar, fijémonos en el vídeo de ejemplo, que recoge el final de la temporada de este año 2008. En este caso se decide que, si se marca gol, ganará el jugador a la derecha del que haya conseguido el tanto (es decir, que incluso podía ganar el portero); si la paraba el arquero, Inoto (ubicado a la izquierda de las pantallas) sería el vencedor (así, sin más) y si la pelota se iba fuera, la regadera que señala el córner se coronaría como gran campeón del año (me encanta la frase: "¿la regadera es el trofeo? No, la regadera puede ganar"). Adivinen quién ganó...

PD: soy el único jugador de la historia que ha fallado un gol olímpico

1 comentario:

  1. Dios, Chimo, qué gilipollez más grande, ¡me encanta!

    PD: lo dicho, hay que inundar el Becadero y conceder también el galardón al becario pacense de medieval dirigido por Monsalvo, para así rascar yo bola.

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