Sin pretenderlo, parece que he instaurado la tradición de disfrazarme por Carnaval sólo cada cinco años. Si hace una década nos hicimos pasar por Lauren Postigo borracho y hace un lustro homenajeamos a Andrés Montes (obviemos que en 2009 fui de El Solitario disfrazado de reno, porque si no, no salen las cuentas), en esta ocasión, tras varios años viendo toritos corriendo por Ciudad Rodrigo con indumentaria deportiva, tocó disfrazarnos de ninja púrpura y ninja ocre. Por si a alguien todavía no le hemos dado la tabarra con el tema, los ninjas ocre y púrpura son los protagonistas de La mejor escena de ninjas de la historia, un despropósito hallado y comentado por Loulogio en el que ambas figuras luchan de aquella manera para vengar un niño. O algo así...
Al menos, de eso fuimos Ine y yo, porque a falta de más tela de esos colores, Manolo fue de señor medieval normal de raíces bárbaras, Rafa de pirata herrero rockero de reminiscencias visigóticas y Mónica e Isa de hadas ninfas. Los disfraces en sí fueron confeccionados aprovechando la impresionante logística de los almacenes disfraciles de Mónica y su buen hacer en el corte y confección, que hicieron posible que en una tarde unos cuantos retales dieran lugar a un traje ninja reshulón. ¡Y por el mismo precio, podíamos hacernos pasar por Águila Roja o la mujer musulmana ultraconservadora de alguien!
Twittear
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ara sí, Pepica. L'altra cameta.
ResponderEliminarVisto de cuerpo entero es mucho mejor.
Yavilus dixit.