domingo, 26 de febrero de 2012

una tragedia argentina

Accidente es que se te cruce por sorpresa un animal en medio de la carretera. O que el tipo que vaya delante frene en seco mientras vas a su rueda y acabéis los dos en el suelo. Incluso en esos casos, existe una cuota de responsabilidad por parte de los implicados que llevaría a debatir si todo fue un accidente o si hubo bastante de negligencia. Pero que un tren no llegue a frenar mientras circulaba por el mismo corazón de Buenos Aires, ocasionando la muerte de 51 personas y cientos de heridos no puede ser, obviamente, un accidente. Posiblemente, fue un terrible delito... y ya se encargará la justicia de deslindar responsabilidades (o eso deberíamos esperar), pero lo que es seguro es que la tragedia de Once es una metáfora, tanto del pasado reciente como del presente argentino.

No hace tanto, a mediados del siglo pasado, el ferrocarril era uno de los símbolos más patentes del desarrollo de esa Argentina destinada a grandes cosas. Tras sus primeros pasos, el negocio del tren llamó pronto la atención de inversores británicos y en menor medida franceses, que desarrollaron enormemente la red: a fines del siglo XIX esta ya contaba con 16500 kilómetros de vías. Se dirá que era una red eminentemente porteñocéntrica (como todo en un país que es sólo federal en la letra), pero hasta los años 70 del siglo XX uno podía viajar cómodamente por casi todo el territorio del país y el mapa de la provincia de Buenos Aires aparecía como un enjambre de líneas férreas. Era tanto el simbolismo que tenía el tren que Perón se lanzó a su nacionalización al comienzo de su mandato... justo cuando las empresas británicas estaban deseosas de vender. Más tarde seguiría el declive con la política ultraliberal de la dictadura iniciada en 1976 y el final de una era con el gobierno de Menem (curiosamente, otro peronista). Durante el mandato de este (1989-1999), no sólo se privatizó el servicio, sino que se desmanteló la mayoría de las líneas y las vías. De muchas de estás vías sólo quedó el recuerdo y una calva de tierra al lado de las carreteras (a fin de cuentas, el metal de ellas también era rentable) y numerosos pueblos y ciudades que se nutrían del paso del ferrocarril entraron en agonía o incluso desaparecieron. La crisis de 2001 ahondaría aún más la situación de abandono del tren argentino. Porque no resulta precisamente agradable viajar en uno de ellos: si estamos acostumbrados a vagones con asientos relativamente cómodos e individuales, olvidémonos pronto. Los trenes que circulan de la provincia a la Capital a primera hora de la mañana se parecen más a esos metros abarrotados de gente en hora punta; incómodos, sucios, ruidosos y, por si fuera poco, peligrosos: no sólo porque suelen ir con las puertas abiertas y porque toca luchar contra la asfixia a todo rato, sino porque es noticia abandonarlos con todas tus pertenencias en tu poder. Definitivamente, una experiencia que sólo se vive por necesidad: a nadie se le ocurriría tomar uno de estos trenes por simple turismo. Para colmo, los trenes atraviesan la ciudad hasta su corazón a la altura de la calle, atravesando una increíble cantidad de pasos a nivel no siempre señalizados de forma óptica, por lo que resulta un milagro que no se produzcan más accidentes.

Con los Kirchner se pareció vivir un renacimiento del ferrocarril. Al menos, existía un discurso de buenas intenciones: se anunció la electrificación de ramales y se soñaba con el proyecto del tren bala que uniría Buenos Aires con Córdoba. Pero en la práctica poco se hizo para cambiar las cosas de un sistema un tanto perverso: las empresas que gestionaban el servicio ferroviario eran privadas, pero recibían del Estado dinero en forma de subsidios. No precisamente una cantidad pequeña: según señalan en Perfil, TBA (la empresa del tren siniestrado en Once) recibió en enero un cheque estatal de casi 77 millones de pesos argentinos: en 2003, para todas las empresas del transporte ferroviario, el subsidio mensual medio era de unos 15 millones de pesos.

Entre todos armaron la tragedia. Una historia de declive, una empresa TBA, irresponsable y canalla que no invierte en la seguridad de sus propios bienes y un gobierno, el de los Kirchner, que levanta la bandera del nacionalismo, que se llena la boca con el todo para todos, que entrega millones de pesos en forma de subsidios, pero que carece de la fuerza o (peor aún) de la intención de controlarlos.

Foto: El Mundo.

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