martes, 22 de diciembre de 2009

campeón del mundo, campeón de todo

Artículo publicado en Café fútbol.


Nuestros padres hablaban del Madrid de Di Stéfano, de la Holanda y el Ajax de Cruyff, del Brasil de Pelé y de 1982 y de muchos otros equipos legendarios, mientras a nosotros sólo nos quedaba hacer volar nuestra imaginación para recrear aquellos onces invencibles y mágicos o (los más desconfiados) concluir que nuestros padres eran una panda de exagerados. A nosotros, muy seguramente, nos tocará contar historias del Barça de Guardiola, aquel equipo que ganó las seis copas en juego en 2009 y (lo más importante) que lo hizo con un juego propio, reconocido, ilusionante.

El último escalón hacia esa gloria blaugrana, la final del Mundial de clubes, quizás no tenga la solera y pomposidad de una final de Champions (o de Libertadores) y quizás no fue el mejor partido de la historia, pero acabó siendo un gran partido. Ante todo porque en él se enfrentaron dos estilos contrapuestos, pero sinceros y comprometidos: el de toque y posesión del Barça y el solidario y defensivo del Estudiantes. Ambos fueron fieles a sus respectivas formas de jugar hasta el final y lo interesante es que, pese a la abrumadora superioridad catalana en juego, en posesión y en ocasiones, el partido se lo pudo llevar cualquiera de los dos.
Se presentaba el Barça en Abu Dabi con una deuda histórica que saldar y la cuestión no resultó precisamente barata. El partido se desarrolló como todo el mundo esperaba, con la diferencia de que el Barça, más lento, menos imaginativo, no supo traspasar el muro de un Estudiantes magistral en defensa. Peor aún, en el minuto 37, el delantero pincha Boselli justificó su presencia cazando de cabeza uno de los pocos centros que le llegaron, adelantando a un eficacísimo Estudiantes.

Tras el descanso, Guardiola se la jugó sustituyendo a Keita por Pedro, un cambio que resultó trascendental, aunque fuera a largo plazo. El Barça empezó a encadenar mejor sus jugadas, ayudado por un Estudiantes que reculó, pero con el mismo resultado. Hasta que, finalmente, a falta de un minuto para el final, Pedro consiguió batir de cabeza a Albil. Siempre Pedro. A falta de juego exquisito, llegó la épica para rescatar al Barça, como ya ocurrió ante el Chelsea.
Para la prórroga el guión estaba todavía más claro: Estudiantes, más tocado físicamente, se encerró buscando los penalties y el Barça buscó el segundo gol. Un segundo gol que llegó en la segunda parte, con Messi (algo apagado hasta el inicio del tiempo extra) lanzándose para rematar un centro de Alves. Gol con el pecho, gol con el corazón, gol con el escudo. Más simbólico imposible.

Y así se coronó el Barça campeón del mundo y campeón de todo. Lo hizo con el valor añadido de vencer a un Estudiantes que, con su estilo, le plantó cara hasta el final. Porque los de La Plata también hicieron un partido maravilloso, conservando el gen competitivo, defensivo, solidario que lo llevó a lo más alto en los 70, pero sin caer en el juego violento de aquella época.
Ahora sólo cabe preguntarse si el futuro del Barça, como afirmó Guardiola, se presenta, por comparación, negro. No lo creo, pero, en todo caso, siempre quedará un pasado, un año, que recordaremos y haremos recordar.


Dedicado a Atzin, para que algún día le cuente esta historia a Aurora.

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