sábado, 22 de agosto de 2009

cristina, los desaparecidos y el fútbol


Ser tajante y maniqueo, trazar una frontera irreductible entre el bien y el mal, amigos y enemigos, está bien. Está bien para subir la moral antes de una batalla, ganar elecciones de forma populista o ligarte una chica fácilmente impresionable. Más allá de esos casos, el esquema choca contra una realidad en la que casi sólo existen los grises y los matices. Alguien en un puesto de gran responsabilidad (y la presidencia de una nación lo es) debería tener claro algo tan sencillo.
Cristina Fernández, al igual que su marido, siempre se ha movido bajo esos parámetros. Desde su perspectiva existen sólo los buenos enfrentados a los malos, las clases populares y el Estado (o el gobierno, no está muy claro) que las ampara frente a los malvados empresarios, oligarcas, militares insensibles a los intereses de la nación. Lo vimos hace un año, en el conflicto con el agro. Ayer volvió a suceder, en el intrincado lío por los derechos de televisión del fútbol y por quién se hace cargo de la enorme deuda de los clubes, resuelto finalmente con el Estado poniendo dinero (600 millones de pesos) y retransmitiendo los partidos por la tele pública. Comparando la situación recientemente superada (en la que los encuentros se pasaban por cable y sólo se emitían los goles en abierto a última hora del domingo), Fernández afirmó nada menos que: "Te secuestra[ba]n los goles hasta el domingo, como te secuestran las imágenes y las palabras. Como secuestraron a 30 mil argentinos. No quiero más una sociedad de secuestros".
No hay mucho que añadir, porque la frase es cristalina. Los antiguos propietarios de los derechos de los partidos (curiosamente, el opositor grupo Clarín) son equivalentes (son los mismos, en realidad) a los militares genocidas. Un contrato legal (justo o no, es otro tema) se iguala, como señalaba ayer Ricardo Roa, a un delito de lesa humanidad. La banalidad del fútbol se compara con el horror de la desaparición.
De cara al futuro, mal pueden ir las cosas en un país cuya presidenta equipara, en cualquier conflicto, a sus rivales con los peores asesinos que pisaron su suelo. De cara a la historia, resulta preocupante el uso que se da al mito (en el sentido de símbolo, de relato ejemplar) de los desaparecidos. El símbolo sobre que el que se asentó la democracia sirve ahora de vulgar bandera para ver quién pasa los partidos de Atlético Tucumán.

1 comentario:

  1. Que asco dios, ahora entiendo de que iba lo que habias puesto en el facebook.

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