sábado, 4 de abril de 2009

sobre la muerte de un hombre honesto


El tiempo no cura nada, pero suele dejar en un buen lugar a las personas que lo merecen, a los que lucharon por los demás, a los que creyeron en ideales nobles, por mucho que fueran criticados en su día. A veces, sólo el paso de ese tiempo nos permite comprender las enormes dificultades por las que debe atravesar cualquier ser humano en sus quehaceres y nos hace rebajar nuestros reproches o, directamente, suprimirlos.
La figura de Raúl Alfonsín, el primer presidente civil tras la cruel dictadura iniciada en 1976, muerto tras una larga enfermedad entre el martes y miércoles, es un buen ejemplo de lo dicho. Su gobierno (1983-1989), que se nos aparece a primera vista como contradictorio, como difícil de valorar en su justa medida, se podría definir como un continuo ciclo de ilusiones y desencantos: llevó a los jefes militares del Proceso a prisión, pero acabó firmando las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; prometió que con la democracia se comía, se curaba, se educaba y terminó su mandato anticipadamente en medio de una devastadora crisis hiperinflacionaria y saqueos a supermercados. El mandatario que con su discurso ilusionante y vital había conseguido ser el primero en derrotar al peronismo en unas elecciones presidenciales, llegó así a 1989 inmerso en una crítica generalizada, acusado por muchos de ser el culpable de la lamentable situación argentina.

Pero ése es, sin embargo, el problema de las lecturas cortoplacistas, que no miran más allá de lo inmediato y de su nariz y no nos permiten una comprensión global de los contextos en los que se sitúan los acontecimientos históricos. Porque los desafíos a los que debía enfrentarse a Alfonsín eran incluso mayores que su fe. El de Chascomús heredó un país cuyos gobernantes habían asesinado a 30.000 de sus ciudadanos, habían iniciado una guerra imposible de ganar, habían arrasado su industria y habían disparado la deuda externa y la inflación. Durante sus seis años de mandato sufrió además la presión (en ocasiones, rayando lo chantajista) de militares (hasta tres alzamientos de los llamados carapintadas) y de unos sindicatos que declararon más de diez huelgas generales, en un contexto en el que el viejo modelo económico no funcionaba y la crisis internacional apretaba sin que nadie encontrara una respuesta viable y no trágica (cualquier parecido con la situación actual es coincidencia).

Y pese a todos los obstáculos, Alfonsín logró (el paso del tiempo nos permite valorarlo) que los jefes militares pagaran por sus fechorías (pregunten qué pasó en España o en Chile o en Uruguay), acabó pacíficamente con el conflicto sobre el Beagle y, lo que es más importante, durante su mandato, quedó grabada en la cultura política argentina la preeminencia de los valores democráticos. Una democracia lo suficientemente sólida como para soportar el cruel ajuste menemista y la crisis de 2001. Que no es poco para un país que sufrió seis golpes militares en el último siglo.
Porque si un error cometió Alfonsín fue depositar una desmedida fe en el poder transformador de la democracia.

3 comentarios:

  1. Confieso que siempre me cayo bien (para empezar, no era peronista, lo cual es un buen comienzo), supongo que se enfrento a algo demasiado grande para casi cualquiera que no fuera dios...y al menos lo hizo siempre de frente, y con la democracia por delante (que en tiempos como lo que estamos, de populismos desbordantes y de nacionalismos desatados, ya es mucho).

    Descanse en paz.

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  2. Descanse en paz.
    Al menos tuvo los arrestos necesarios para enfrentarse "a los de siempre" (típico eufemismo), cosa que en otros países, como bien dices, no sucedió.
    ¿Alguien se imagina a Adolfo Suárez dando esa guerra?

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  3. hola, gran blog, fue un gran hombre, que descanse en paz.
    te espero en
    futbol-chicks.blogspot.com

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