miércoles, 15 de abril de 2009

la pascua que vivimos peligrosamente


La Semana Santa suele ser un periodo de contrición y dolor, pero lo que ocurrió en la Argentina de 1987 fue un poco más allá, llegando a poner en seria amenaza la democracia recobrada en 1983. La dictadura se había terminado cuatro años atrás, pero muchos de los problemas que dejó en herencia a la joven democracia permanecían bien vivos. Especialmente uno: ¿qué hacer con esos militares que habían violado una y otra vez los derechos humanos de tanta gente y que habían hecho desaparecer a 30.000 de sus ciudadanos?
El difunto presidente Alfonsín había encauzado esa pregunta logrando un hito sin (desgraciadamente) demasiados paralelismos: sentó a los miembros de las Juntas militares y la Corte Suprema les impuso sus correspondientes penas. Pero la llamada cuestión militar siguió coleando pese a los juicios de 1985, ya que todavía no se había resuelto la situación del resto de oficiales y cuadros medios que también había participado (y muy activamente) en la represión y en la guerra sucia.
La incertidumbre creaba una gran tensión en los cuarteles (de unos militares que, aunque derrotados en Malvinas y por la deslegetimación de su gobierno, todavía seguían siendo fuertes) y Alfonsín trató de cortarla con la llamada Ley de Punto Final (por la que se establecía el plazo de sólo dos meses para presentar nuevas denuncias). La jugada le salió mal al gobierno, ya que se dio una avalancha de nuevos casos y acusaciones, que acabó por desatar el nerviosismo de los amenazados cuadros medios.
En la Semana Santa de 1987 los argentinos recordaron las pesadillas de la dictadura cuando un grupo de militares, los llamados carapintadas (conocidos así porque pintaban sus caras con camuflaje de guerra durante sus alzamientos) iniciaron un levantamiento en el que exigían el fin de los juicios y un nuevo modelo de Ejército en el que se desplazara a lo que consideraban la oficialidad burocrática.
Aquella Semana Santa de tensión acabó con un sabor agridulce. Alfonsín se vio obligado a negociar con los amotinados y decretó al poco tiempo la Ley de Obediencia Debida (por la que los oficiales medios quedaban eximidos de juicios al actuar bajo órdenes de superiores). Aquel discurso en el que tras la negociación, Alfonsín felicitaba las Pascuas y comunicaba que la casa estaba en orden, como si nada hubiera pasado, supuso uno de los puntos más bajos del añorado presidente. Y más si se tiene en cuenta que los levantamientos carapintadas (que ofrecen aspectos muy interesantes) se siguieron repitiendo hasta tres veces más, hasta 1990.
Hubo, pese a todo, un aspecto feliz y positivo de aquella triste Semana Santa: por primera vez todos los partidos se mantuvieron unidos ante la amenaza militar y firmes y por primera vez la gente se echó masivamente a la calle para defender su democracia. Y por primera vez, la democracia se mantuvo.

En la foto, Aldo Rico, uno de los principales cabecillas del movimiento carapintada

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