jueves, 5 de febrero de 2009

¿más chico no tenés?


En la sabana africana, lo que preocupa a las gacelas de Thompson desde buena mañana es satisfacer sus necesidades de hierba y vigilar que no ande cerca ningún león o leopardo que les chafe el plan del fin de semana. A miles de kilómetros, la principal preocupación de los argentinos cada mañana (aparte de asegurarse unas facturas) es un poco más estresante: se trata de conseguir cambio. Parece una tontería, pero es un asunto sumamente serio.
Literalmente, no hay monedas pequeñas. Uno puede ser Roman Abramovich (antes de divorciarse y de la crisis) o el jeque Mansour (sí, el del Manchester City), paseándose con generosos fajos de billetes por la Avenida de Mayo y, si bien se ganará el respeto, la admiración o la envidia de muchos, tendrá poco que hacer con ese dinero por mucho valor de cambio nominal que tengan.
La historia se repite mecánicamente: uno acude al cajero para sacar algo de dinero con su tarjeta e, inexorablemente, el invento te proporciona unos cuantos billetes de 100 pesos (al cambio entre 20 y 25 euros). En ese momento empiezan los problemas. Primero porque ese dinero sólo podrá ser cambiado en un lugar cercano, ya que los autobuses urbanos (colectivos) únicamente funcionan con monedas (y no le pidas cambio al conductor porque bastante tiene con no atropellar a nadie en las series cronometradas que se pegan para cumplir sus objetivos). Tampoco se puede hacer gran cosa con un billete de 100 en el metro (subte), puesto que, de entrada, un cartel (mucho más inquisitorial de lo que aparenta) te avisa de que "no hay monedas, colabore con el cambio".
Uno, particularmente si viene de España, podría estar tentado a comprar un periódico o un alfajor en el quiosco más cercano con la excusa de conseguir monedas, pero no se trata de una estrategia recomendable. Creo que el diario más caro es El País (sí, el español) que ronda los 2 pesos y medio (irónicamente, más barato que en España): teniendo en cuenta que el señor qiosquero te va a mirar con mirada torva si le entregas un billete de 5, es mejor no aventurarse a saber qué pasa si le das uno de 100.
Excluida la posibilidad de comprar una buena entrada para ver a River (unos 50 pesos) porque no todos los días son domingo y porque (recordemos) no podemos usar el transporte público, queda la opción de ir a comer algo. Algo bastante caro, claro, porque un menú normal a un precio sensato está por debajo de los 30 pesos (si la inflación no ha causado estragos). Así que, si no te has decantado por una cena con velitas y has optado por la típica milanesa, cuando llega el fatídico momento de la cuenta y lances tu morado billete de 100 (aquí al menos se cuenta con la ventaja de que pagas después de consumir) escucharás ese mantra que dice: ¿más chico no tenés?Tras la fatídica pregunta, sólo el azar guiará tu destino: con un poco de suerte, el camarero te facilitará el cambio tras una larga espera (no inferior a una media hora en la que oirás repetidas menciones a tu madre) y podrás realizar transacciones económicas de pequeño calado en el mundo exterior. Si no hay suerte, siempre puedes esperar a que llegue la cena y acabar así de gastar los 100 pesos.

Información más seria sobre el problema de las monedas aquí y aquí.

3 comentarios:

  1. Yavi Master said:
    ¡Qué risa! María Luisa. Vaya tela. Qué curioso. Mira, las cosas que pasan. Podría ser peor.

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  2. Vaya, hace poco estuve leyendo un libro sobre billetes y monedas que hablaba de cosas como estas, recuerdo que comentaba que en algunos paises terminaron por cortar monedas grandes, y aceptaban los pedazos como monedas chicas...

    Al menos mejor eso que lo de tener que ir a recoger el sueldo con carretilla, como en los años 20...(o como me hablaba un amigo del Peru de los 80).

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  3. ¿Y no puedes pagar las cosas con la tarjeta de crédito o con un monedero electrónico?, ¿qué ha sido de la entrañable costumbre de dejarlo todo a deber?, ¿por qué no se retiran los billetacos del mercado y a cambio se sacan más remesas de moneditas para jugar a las tragaperras e incentivar el consumo en la hostelería?, ¿y a qué viene tanta pregunta tonta?

    Moraleja: un pueblo de Cáceres.

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