viernes, 16 de enero de 2009

el poder de los medios: de calderón a illia


Dimitió Ramón Calderón de la presidencia del Real Madrid, como ya sabe todo el mundo. En gran parte, con sus acciones se buscó su propia perdición: por su estilo desestructurado y oscuro (que, sus promesas incumplidas y sus fichajes frustrados y, sobre todo, por el último escándalo de la asamblea de diciembre, donde invitó a Ultras Sur y amigos de un tal Nanín. Errores sumamente graves pero de los que quizás se habría podido escabullir si no hubiera tenido en su contra a gran parte de los medios de comunicación, que en los últimos meses se lanzaron a tumba abierta para apartarle: Marca (que destapó las malas artes de la asamblea y que lleva varios días arrancando sin tregua con portadas demoledoras contra Calderón), Mediapro, Cope y hasta (mucho más tímidos) el grupo Prisa.
No es la primera vez, sin embargo, que la prensa muestra su poder (y demos gracias de que -en un contexto democrático e institucionalizado- exista tal poder independiente). Tampoco ha sido el episodio en el que la acción de la prensa ha tenido consecuencias más trascendentes, porque el fútbol, al final y al cabo, no deja de ser un absorbente pasatiempo. Ocurrió por ejemplo en la Argentina de los años 60.

Fueron tiempos difíciles para el país (aunque, en realidad, casi todos los tiempos argentinos son difíciles). La democracia sobrevivía precariamente, siempre amenazada por un nuevo golpe militar (como en 1955 o 1962) y deslegitimada por la proscripción del peronismo (que, según sus seguidores, suponía dejar a la mitad de la población sin posibilidad de elegir sus candidatos).
Tras el derrocamiento de Frondizi y el breve paso de Guido, en las elecciones de 1963 fue elegido presidente Arturo Illia, de la moderada UCRP, con un escaso 25% de los votos. Dentro de la histérica historia política, Illia se podría catalogar como un buen hombre: a sus encanecidos 63 años daba la imagen de un abuelo tranquilo y apacible, que huía de los enfrentamientos y las malas maneras. Lo que normalmente se conocería como un demócrata. Su gestión no fue espectacular, pero ni mucho menos mala (y menos si se comparara con lo que vendría después), ya que la economía argentina creció y se vivió un periodo de tranquilidad y libertad poco común.
Sin embargo, el perfil de Illia encajaba bastante mal con el espíritu de la época. Un espíritu marcado por el mito de la modernización rápida e inmediata, en el que se menospreciaba a la democracia para ensalzar a la mano dura y salvadora que, con unos pequeños cambios, llevaría a la Argentina a su destino de primer mundo en poco tiempo. Importantes revistas políticas como Primera Plana o Confirmado empezaron a moldear esa imagen de ineficiencia de Illia, al que caricaturizaban como una tortuga que atrasaba el desarrollo argentino. Periodistas como Mariano Grondona (un auténtico acróbata que todavía escribe) fueron legitimando en la sociedad la necesidad de una dictadura que reencauzara el destino del país hasta que finalmente (por supuesto, unido a otros muchos factores) el golpe menos sorprendente de la historia argentina sucedió: el 28 de junio de 1966, Illia abandonaba la Casa Rosada mientras advertía a los militares que lo derrocaban que algún día se avergonzarían de lo que estaban haciendo.
No le faltó razón: el salvador Onganía sólo consiguió hacer más complejo el laberinto en el que se estaba perdiendo Argentina, mientras que Illia permanece en la memoria como un gran democráta. A veces los medios de comunicación también se equivocan...

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