fútbol, ecuador y nación

Estaba ojeando el álbum de la Copa América de mi primo (político) cuando me detuve en la selección ecuatoriana y me invadió una pregunta: ¿en qué parte del país estaba Piquiucho, el pueblo natal del jugador Ulises de la Cruz? Desgraciadamente nadie me pudo responder, pero unas horas más tarde, mientras leía un libro sobre la historia del fútbol ecuatoriano, descubrí que esa misma conversación, que parecía tan puntual y banal, había tenido lugar cientos de veces en estos últimos años.
Habla el autor del artículo, Fernando Carrión, sobre los cambios que ha sufrido el país gracias al fútbol, y cuando de pronto señala: "en lo interno los cambios de la geografía han sido notables: de pronto y por arte de magia la televisión, la radio y la prensa nos dices que hay unos pueblos olvidados que se llaman, por ejemplo, Piquiucho (que nos ha llevado a discutir si es de Imbabura o del Carchi), el Chota o San Lorenzo; pero también nos alertan respecto al aporte que hacen al país [estos pueblos] con su música, literatura, economía y política".
La conclusión es bastante fácil: el fútbol, esa cosa aparentemente tan tonta, pero tan machaconamente seguida por tantísima gente, ayuda a pensar el país de una forma diferente, a conocerlo, a extender la vista y la atención a zonas y gentes que jamás lo merecerían en un principio. Y esto no es un asunto menor en un país tan fragmentado histórica (desde la propia independencia) y actualmente, que prácticamente incluye tres países distintos (costa, sierra y Amazonas) no lo suficientemente comunicados entre sí. En ese sentido, gracias al fútbol, el costeño de Guayas se interesa y se identifica con ese jugador de un lugar perdido de la sierra andina y apropia como suya una parte de esa nación que hasta entonces le era ajena o directamente desconocida.
Los clubes ya habían empezado esa extraña forma de nation building (que no suele merecer la atención de los libros de historia), aunque fuera a partir de las oposiciones que formaban las rivalidades de los clubes. Pero el proceso daría una aceleración enorme y un nuevo sentido con las históricas clasificaciones a los mundiales de 2002 y 2006. Si había alguien que se preguntaba qué significaba ser ecuatoriano (y esto no es un asunto menor en un país donde cerca del 20% de sus habitantes vive fuera de sus fronteras), la respuesta más cercana, más directa se encontraba en esos tipos vestidos de amarillo que ponían el nombre del país no sólo en el contexto latinoamericano, sino mundial.
Pero ese éxito de la selección tenían un significado más: no sólo elevaba la autoestima (bastante baja por la horrible trayectoria histórica del fútbol ecuatoriano) de sus hinchas (expresada en el mítico "sí se puede"), no sólo hacía poner en el mapa de la nación y del imaginario común a pueblitos ignorados como Piquiucho, sino que además (y quizás más importante) hacía incluir grupos sociales marginales o hasta ahora no tenidos en cuenta. Esto es fácil de observar: si el estereotipo del ecuatoriano es el de un señor no muy alto y no muy esbelto, el once típico de la tri estaba plagado por enormes e intimidantes señores afroecuatorianos. Se producía así un fenómeno extraño: una minoría (y no precisamente poderosa) representaba a prácticamente toda la nación y además la llevaba a lo más alto de su historia futbolística.
De esta manera, con el fútbol se integraba a ese gran relato de la nación no sólo nuevos lugares, también nuevos sectores sociales como estos afroecuatorianos, que hasta ese momento mantenían un perfil silencioso dentro de país. El fútbol hizo cambiar la idea de la propia nación ecuatoriana, le daba un nuevo relato, unos nuevos valores y una nueva imagen. Claro que... queda la pregunta principal: ¿para qué sirve una idea de nación?

Por cierto, la polémica sobre si Piquiucho está en la provincia de Carchi o Imbabura sigue abierta... (pero en cualquier caso, como se ve en estas noticas de Hoy o El Universo, el pueblito debe mucho a Ulises).