un fin de semana futbolero

Hay fines de semana en los que uno se queda acurrucado en algún rincón de su casa esperando que pase el duro invierno mientras lee clásicos El amor en los tiempos del cólera o Fray Perico y su borrico (¿alguien nacido en los 80 no lo ha leído?). Hay, en cambio, otros cargados de pasión y aventuras, no necesariamente mezclados con alcohol y sexo. El pasado fue para mí uno de estos últimos. Y por suerte, tenía tiempo y ganas para aprovechar una bonita circunstancia y conjunción: el sábado se jugaba en Madrid un decisivo partido de España contra Suecia y el domingo se disputaba el encuentro más esperado de los últimos años, el Salamanca-Elche. Así que, ¿por qué no ir a los dos partidazos y disfrutar de dos buenos días?
Pero preparar un viajecito a Madrid (aunque esté apenas a dos horas de Salamanca, donde vivo) lleva una preparación logística que ni las campañas de Ashoka. Conseguir la entrada fue fácil (gracias a los cajeros de La Caixa y por 30 euros), comprar el billete (huelgas aparte), también. Lo difícil fue encontrar un sitio para dormir, ya que tuve que llamar a más de 25 hostales y pensiones hasta encontrar uno (por suerte, las llamadas eran gratis): uno que me ofrecía una habitación bien chiquita y sin ventanas (pero eso no era grave, sino fuera por el infumable olor a tabaco de la habitación).
Pero valió la pena. Siempre resulta maravilloso ir a un estadio como el Santiago Bernabéu, sobre todo si puedes quedarte al final, cuando ya se ha ido casi todo el mundo y disfrutas de tu soledad con las luces prácticamente apagadas en un lugar pensado para estar rodeado de miles de personas. Y por si fuera poco, España jugó un gran partido y se estaba muy calentito gracias a la calefacción.
El partido de la selección era, sin embargo, un mero aperitivo para el plato fuerte, el del Elche. Estaba además la casualidad de que uno de mis mejores amigos, Inoto, también venía como fisio del club (en realidad, él es el fisio del filial, pero para bien o para mal el del primer equipo no pudo viajar). Así que me tocaba levantarme temprano para regresar desde Madrid a la ciudad más dorada del mundo.
Después de pasar con mi amigo y otras buenas gentes todo el mediodía en el hotel donde descansaba el equipo y después de mantener una profunda conversación con Willy Caballero (el portero) sobre Boca, Arsenal y Argentina de sólo medio minuto; llegó por fin la hora ir al estadio blanquinegro a disfrutar del partido (gracias a mis buenos contactos contaba con una invitación de tribuna).

El Helmántico, el coliseo salmantino, es un estadio coqueto y bello, pero tiene la desventaja de estar a las afueras de la ciudad (en realidad se ubica en el término de Villares de la Reina), con lo que sus espectadores sufren un frío despiadado. Pero el calor de tu equipo te podía hacer olvidar todo y la cosa empezó bien, ya que a los dos minutos, Miguel (el espigado delantero ilicitano) adelantaba a los franjiverdes. La primera parte acabó de modo excelente: el Elche estuvo serio y mantuvo el resultado favorable. La segunda, sin embargo, terminó muy mal: el Salamanca se enchufó y consiguió marcar hasta tres goles (uno de ellos, olímpico).
Después de tal baile y de despedirme de mis buenos amigos, sólo me quedaba regresar a la ciudad, por el arcén de una carretera oscura y helada, algo triste por la derrota, pero en el fondo muy feliz después de haber vivido un buen fin de semana.

Por cierto, el Salamanca debe ser el equipo más chanante del mundo: tienen a Gañán, Catalá y en el filial despunta un tal Marciaaaaaaaal.