Como uno es una persona educada y distinguida (un gentleman, vamos), suelo encontrarme casi siempre entre gente de River Plate. Hace unas semanas (en realidad, casi antes de venir para Argentina) apalabré con un buen amigo (con toda la ilusión por su parte) ir a ver el estreno del equipo en el Monumental. Desgraciadamente, no pudo ser por las razones que casi todo el mundo conoce: el partido fue suspendido después de que fuera asesinado Gonzalo Acro en el episodio final de la lucha
entre los dos bandos de la barrabrava millonaria. Digo final porque la cosa venía de lejos.
Los Borrachos del Tablón (del tablón porque era el material
con el que se construían los estadios cuando no había cemento) estaban siendo liderados por dos tipos, Alan Schlenker y Adrián Rousseau, que dirigían el cotarro después de que el líder anterior ingresara en prisión. Al principio la cosa funcionó de maravilla, porque eran buenos amigos y el pastel a repartir era bien grande; luego la cosa se complicó (hasta los límites ya vistos), precisamente porque el pastel a repartir era muy grande.
En realidad, ser el capo de una barrabrava es un chollo para quien lo pueda conseguir. El sistema no deja de copiar las relaciones feudo-mafiosas: a cambio de protección y lealtad, los Borrachos reciben donaciones (no del todo voluntarias) de directivos y jugadores, perciben porcentajes jugosos de los fichajes (véase Higuaín), reciben entradas, camisetas y demás merchandaising que luego revenden, viajan con el equipo con gastos pagados (durante el Mundial de Alemania los Borrachos aparecían en todos los partidos de la albiceleste sin que se sepa muy bien de dónde salía el dinero) y hasta pueden ostentar cargos en el club muy bien remunerados (de hecho, el malogrado Acro cobraba 6000 pesos al mes del club -una fortuna aquí- en un oscuro cargo en la piscina de River). Es tan bueno el negocio que Schlenker y Rousseau llegaron a crear la empresa Los Borrachos SRL para explotar más racionalmente esos recursos.
Pero el dinero y el prestigio suelen corroer las amistades y pronto empezó una lucha por conseguir el liderazgo absoluto de la barra, que ya vivió otro episodio violento a fines del campeonato pasado con una batalla a tiros en el aparcamiento del Monumental.
Y sí, eso acojona. Sobre todo para un tipo que viene de fuera y que no maneja muy bien los códigos de la cancha, asusta ir a un partido y pensar que puedes estar en el lugar equivocado en el peor momento.
Desgraciadamente, el caso de River es el extremo de lo que puede ocurrir en todos los demás clubes (hasta los más pequeños), porque, como dice la prensa de aquí, es una bomba que tienen todos en su interior (y la mayoría de los dirigentes bastante contentos con el tema: el presidente de River afirmó que las luchas entre los borrachos eran un problema policial con el que no tenía nada que ver).
Por suerte, hay esperanzas. En realidad yo nunca he tenido ningún problema en ninguno de los estadios que he visitado y la gente parece bastante hastiada de que unos pocos tipos arruinen todo, por mucho aguante que tengan. Y ojalá sea así, porque el fútbol, como se vive en Argentina, es la fiesta más bella del mundo.
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Por desgracia, también existe ese problema en España, aunque sus efectos sean más difusos y sus consecuencias menos funestas.
ResponderEliminarDe hecho, salvo el Barça (y aquí sí aplaudo a Laporta, que echó a los Boixos), todos los equipos permiten el acceso al campo a los grupos de ultras.
En ocasiones, es hasta sangrante ver cómo se saltan todas las medidas de seguridad con sus bengalas y demás objetos peligrosos, mientras que a cualquier espectador normal le quitan hasta los taponcitos de las botellas, no vaya a tirar un pedacito de plástico al campo.
Nadie parece querer ponerle freno al problema. Ninguna directiva (excepto la del Barça) ha actuado contra ellos, y algún día nos vamos a topar con una desgracia por culpa de estos impresentables.
Y si no, al tiempo.
PD: Emerson al Milán por 5'5 millones de euros. Yo hasta lo envolvía en papel de regalo y le ponía un lacito, oye.
Lo peor es que todo esto, no deja de ser dejadez por parte de quien lo permite, o sea, nosotros, los matones, los brabucones, no tendrian nada que hacer en la sociedad si el resto, la mayoria, les hiciera frente(y si la policia y los politicos, que son quienes en una sociedad civilizada les tocaria hacer ese papel, se pusieran manos a la obra).
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