De nuevo en Salamanca (o Salamancä) y la cosa no fue tan fácil como puede parecer a primera vista. Para cualquier simple mortal el tema consiste en pillar un tren (o en su defecto un autobús) y esperar a que la vida siga su curso. Pero de vez en cuando surgen complicaciones, como me ocurrió este domingo (el día del Señor o del fútbol, según cómo se mire).
Resulta que, tras llegar a Madrid y tomar un nuevo tren que me debería llevar a Salamanca, en algún lugar entre Villalba y Ávila se declaró (como quien declará la renta o se declara a Salma Hayek) un incendio que se ve que impedía
que el tren hiciera su curso normal. Así que estuvimos parados una hora en un pueblo perdido llamado Santa María de algo (nombre muy común en los pueblos perdidos), hasta que a la gente (visto que al fuego no le daba por apagarse) se le ocurrió que era mejor regresar a Villalba. Desde ahí había que tomar un autobús que a su vez te tenía que llevar a Ávila, lugar en el que un nuevo tren te llevaría a Salamanca.
El caso es que el autobús llegó efectivamente a Ávila (no sin dificultad, porque el autobusero estaba más perdido que Romano Prodi haciendo de comentarista de Canal Nou), pero allí se vio que el tren tenía su día tonto y de nuevo nos metieron en el autobús.
Al final llegué a Salamanca (y aquí sigo) tras casi doce horas de aventuras, pero si hubiera planificado mejor mi viaje podría haberlo aprovechado para aprender punto de cruz o sacarme un máster en recursos humanos por el camino.
(las fotos son de Salma y de Romano y no, no tienen mucho que ver)
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