sábado, 25 de junio de 2011

apuntes de la derrota

Artículo publicado en Café fútbol

Que no os engañen poetas y aprendices de motivadores. La derrota sólo duele, sólo crea vacío o, a lo sumo, heridas difíciles de superar. Dirán que nadie recuerda a la Alemania de 1974 o a la de 1990, mientras que ilustres perdedores como la Naranja Mecánica o la Hungría de 1954 permanecen en la memoria. Pero la memoria es frágil y, sobre todo, cara y cuesta de mantener ante la contundencia de un palmarés, de un trofeo expuesto o de una estrella cosida en el escudo. Os dirán también que la derrota es la mejor maestra, porque te permite conocer a ti mismo, porque te obliga a explorar cada uno de tus pasos hasta encontrar cada error cometido, porque la victoria ya tiene demasiados padres como para que puedas aportarle algo. Pero cuando a uno le repiten una y otra vez una lección aprendida tiende a rendirse, a abandonar.

Mi equipo, el Elche, como todo el mundo sabe, no pudo dar este sábado el paso que le faltaba para alcanzar la Primera División. Le superó el Granada, con el que empató a 0 en Los Cármenes y a 1 en un abarrotado Martínez Valero. Pese a no haber podido alcanzar su sueño, no se le puede reprochar nada al equipo, más bien al contrario: durante toda la temporada (nada menos que 42 partidos) luchó por encima de sus aparentes posibilidades, consiguiendo puntos que parecían perdidos aferrándose a una fe a veces alocada. Lo hizo ante el Valladolid, cuando todo parecía perdido tras anotar Óscar el 0-1 y lo hizo de nuevo ante los rojiblancos, reponiéndose al gol de Ighalo. Pero al final, pese al orgullo, pese a la gran imagen, queda la derrota, ese sentimiento amargo. Ese saber que mientras el resto disfrutará de la atención de los medios, de la visitas ilustres, de la simpatía del país, tú y tu equipo volverás a luchar en el anonimato por un sueño difícil de cumplirse. Ese rozar la gloria y quedarte sin nada, que se multiplica además por repetirse año tras año desde por lo menos hace dos décadas.

Algunos dicen que el fútbol es el reducto del espíritu bélico del ser humano. Puede que sea así dentro del campo, donde abundan los ataques, disparos, coberturas y cañonazos. Pero fuera de él, en la grada, todo es más simple y el fútbol se reduce a una ilusión casi infantil. Uno intenta no hacerle caso, ignorarla para no sufrir, pero cae en ella cuando ve a todo el mundo remando hacia esa dirección. A veces se gana esa apuesta, pero la mayoría de las veces se pierde y nada resume mejor esa sensación que esa foto de David Generelo tendido en el suelo al acabar el partido, sin poder levantarse, sin poder asimilar lo cerca que se tenía el sueño y lo infinitamente lejos que está ahora. Toca reponerse, luchar de nuevo, pero las derrotas sólo duelen.

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