miércoles, 30 de marzo de 2011

la identidad

Artículo publicado en Café fútbol


En ese pub de Londres todo era ruido y alegría aquella tarde de mayo. Hacía escasos segundos que el árbitro había pitado el final del partido y las pantallas repetían constantemente el majestuoso gol de Van Persie, que, tras una hipnótica jugada de infinitos toques, apenas había necesitado un sutil toque de empeine para batir por alto a Casillas. En el estrecho hueco entre la barra y la pared, la gente del bar, perfectos desconocidos dos horas antes, se abrazaba torpemente, inundando la sucia moqueta de cerveza, mientras cantaba desafinadamente, gritando como si le fuera la vida en ello, el There's only one Arsène Wenger. No era para menos, ciertamente: de la mano del entrenador francés estaban disfrutando de un doblete histórico. Habían derrotado al todopoderoso Barcelona en octavos, habían logrado reafirmarse en las adverdidades y las críticas viperinas y habían superado al Manchester en la Premier y como colofón final, acababan de poner su nombre en el palmarés de la Champions.

Todo era ruido y alegría en aquel pub de Londres excepto para un tipo solitario de unos 50 años que apuraba, en silencio y ensimismado, como un extraterrestre, su pinta en un rincón. En su roída camiseta roja, que luchaba por cubrir un gran cuerpo ondulado ahora por la cerveza, lucía un cañón dorado. Y sus brazos, cuyos puños debían de haber saludado a miles de caras rivales, eran un muestrario de tatuajes de todo tipo, de elegantes a risibles, entre los que se distinguían las caras de Graham y el capitán Adams. Ahora la pantalla de televisión lucía enorme la cara de Wenger y de nuevo el bar estalló en un grito de euforia y aprobación. A nuestro hombre, sin embargo, apenas se le oyó susurrar: "Ese hombre ha borrado nuestra identidad".

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