twiteración

La anécdota es conocida. Tito Monterroso fue presentado ante una señora y a ésta le preguntaron si había leído su cuento El dinosaurio, a lo que respondió que sí, que había empezado y le estaba encantando, pero que "sólo iba por la mitad". Lo que, tratándose de un relato de sólo siete palabras, indicaba que mentía o que tenía una velocidad de lectura similar a la mía.
Lo interesante, de todas maneras, es cómo Monterroso pudo crear tanta admiración, polémica, belleza, perplejidad, duda (en definitiva, arte) en relatos tan sumamente breves. Cómo pudo compensar en una línea lo que el resto necesitaba plasmar en farragosos tochos. No fue el único, claro, ni el primero en hacerlo: desde el Poema del no-ser de los Vedas, hasta el refranero y el resto de microrelatores, existe toda una tradición de crear frases que pueden cambiar una vida o (como mínimo) alegrártela.
Y todo esto era para contar que yo también (como Lance Armstrong) me he apuntado a Twitter, la paginita en la que con 140 caracteres puedes contar al mundo qué estás haciendo. No aspiro al arte de Monterroso, ni a tranquilizar la mente de mi controlador de dóping, pero así el mundo tendrá otra forma de saber cómo me gusta el pollo, cuántos kilómetros haré en verano o si prefiero el Don Limpio al Viakal. Algo absolutamente necesario en estos tiempos de crisis (para ello he creado una ventanita ad hoc en la parte derecha o directamente se puede entrar en la página).