bala amarilla

Lo peor del dopaje (palabra que espero que no aparezca nunca más aquí) no es que adulterara las carreras del pasado, sino que ha minado la credibilidad del presente y el futuro del ciclismo. Y aunque a uno le gustaría disfrutar a lo grande de las victorias de Alejandro Valverde, las sombras de la Operación Puerto no dejan que la felicidad sea completa. Pero, ¿qué más da? por suerte existe la presunción de inocencia y de momento la única "prueba" que incrimina al de Puerto Lumbrera es el nombre de un perro (sí, en serio), así que olvidemos esos oscuros rollos y alegrémonos de una gran tarde de ciclismo.
Porque lo de Balaverde ha sido impresionante: un tipo pequeño, delgado, de físico más propio de escalador, ha sacado por pura fuerza un segundo a un pelotón que venía embalado, en fila india, lanzado para preparar la llegada.
Ésta, la primera, era una etapa teóricamente para sprinters, pero tenía sin embargo una trampa envenenada: un final que picaba ligeramente hacia arriba, que debilitaba a los velocistas puros y que se convertía en el terreno ideal, como ha demostrado tantas veces, para un tipo como Valverde. Y lo fue: arrancó a por el adelantado Gilbert y ya nadie pudo seguirle, consiguiendo etapa y liderato en la general.
El murciano ha afirmado que se encuentra en estado de gracia y no le falta razón: ganó hace una semana el campeonato de España, se llevó la Dauphiné, ha conseguido una clásica como la Lieja-Bastogne-Lieja y ahora puede presumir de maillot. Para mucho ha entrado en esa gracia demasiado pronto. Posiblemente, pero da igual: de un tipo que gana tanto en etapas llanas como en Courchevel, se puede esperar cualquier cosa. Y si alguien tiene que rompernos su mito y nuesta confianza, ya tendrá tiempo más adelante.