martes, 27 de marzo de 2007

democracias a cañonazos


Hace aproximadamente cuatro años en un lugar no muy lejano se inició una guerra con la idea de derribar el tirano que gobernaba en él y traer la democracia para ese país y sus habitantes. Se pensaba incluso que las bondades de esa democracia se irradiarían por toda una región en la que mandan malvados dictadores. Este argumento, como ha demostrado la realidad posterior, o era sumamente cínico o era sumamente inocente (y vistas el poder que tienen quienes las manejan, no sé qué es peor realmente).
Si ha sido por cinismo, quizá deberían haber aprendido y aplicado el principio de que ninguna idea, por muy legítima que sea, vale la vida de ningún ser humano: cualquier idea, incluso la más noble, pierde toda legitimidad si está manchada en sangre. Pero esto es quizás sólo una discutible opinión de carácter ético, así que quizás deberíamos hablar en un plano más práctico.
En ese caso, si todo se ha debido a una inocencia enorme por parte de los líderes del país más poderoso del planeta, podrían haber aprendido antes que no se puede convencer de una idea, por muy legítima que sea, torpedeando los fundamentos sobre los que ésta se basa. Si no, existe el riesgo de caer en una contradicción bastante grande y conseguir los resultados opuestos. Para aprender algo tan básico, no les habrían faltado lecciones en la historia, como saben bien en Argentina: allí, en 1955, hartos de lo que consideraban el totalitarismo de Perón, las Fuerzas Armadas dieron un golpe de estado con el que, según ellos, se reinstauraría la democracia. Desgraciadamente, tanto el golpe como la represión que siguió a éste hicieron un flaco favor a la democracia: Argentina entró en un proceso de radicalización e inestabilidad política cada vez mayor y con continuos golpes de estado y violencia del que sólo se pudo salir en 1983.
Una democracia no puede imponerse a cañonazos, de la misma forma que no se puede convencer de las virtudes del vegetarianismo durante una parrillada. Para lograr la democracia en un país, si esto es lo que de verdad se pretende y no se nos engaña de modo cínico, son necesarios métodos mucho más sutiles. Quizás estos hombres deberían conocer la historia de un señor que liberó a su país de un poderoso imperio y construyó la democracia más grande que existe empezando simplemente con recoger sal del mar.

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