miércoles, 26 de septiembre de 2012

meanwhile in argentina 2: una noche de protestas

La pasada noche del jueves 13 de septiembre varios miles de argentinos salieron a la calle a protestar. Lo hicieron en varios lugares del país: principalmente, en Rosario, Córdoba y, obviamente, Buenos Aires, en lo que supuso la jornada de protesta más fuerte y multitudinaria de lo que va de año. La consiguiente pregunta ante un acto así sale de forma casi natural: ¿quiénes eran esos miles y qué les movió a salir de sus casas a golpear cacerolas en la calle en medio del invierno austral? A fin de cuentas, en una conurbación de más de diez millones de personas, uno puede llenar la Plaza de Mayo de adherentes a casi cualquier cosa, incluso para pedir la continuidad de Xumetra en el Elche. Y la respuesta al interrogante es a la vez sencilla y realmente compleja.

Sencilla, porque todos los que salieron a protestar lo hicieron contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Pero el problema es que sus coincidencias se reducían prácticamente a eso, lo que, por supuesto, tiene sus consecuencias en el futuro y continuidad de este hecho político. La convocatoria al acto se realizó de forma casi espontánea a través de redes sociales y del boca a boca, sin que mediara ningún partido político opositor ni ninguna asociación civil importante. Quizás nos suene de movilizaciones similares en España... No obstante, la falta de institucionalización de la llamada tiene menos que ver con la desconfianza a la política tradicional (aunque no dejamos de hablar del país que acuñó el que se vayan todos) que con la pulverización de los partidos más allá del peronismo.

Así que la amalgama de la protesta era la negación al kichnerismo, pero esta tiene muchas, infinitas caras y se puede llegar a ella desde diversas fuentes, algunas incluso opuestas. Los hay que acudían contra un estilo político soberbio, que denigra a sus oponentes; los que combaten los flirteos con la idea de re-reelección por parte de Cristina; los que reclaman el fin del cepo para la compra de dólares (ni siquiera en el exterior); los hartos por la inseguridad que no permite salir a la calle ni (lo que es más grave) vivir tranquilo en tu propia casa y no sería raro encontrar en la manifestación a opositores al aumento de casi un 26% de la asignación universal por hijo que muy oportunamente anunció la presidenta justo un día antes (algo que, seguramente, quitaría parte de legitimidad a la protesta). Muchos reclamos, muchas inquietudes, pues, pero todas con un mismo destinatario.

Desde las filas oficialistas, como cabría suponer, se quiso homogeneizar esa diversidad y se buscó hacer de los manifestantes una suerte de representantes de la rica oligarquía derechista siempre ajena del sentir nacional y popular. Para Estela de Carlotto, de Abuelas de Plaza de Mayo, era gente bien vestida.  Juan Manuel Abal Medina (Jefe de Gabinete, no confundir con su padre homónimo) atacó con artillería pesada y puntualizó que eran los mismos que antes acudían a los cuarteles militares cuando algo no estaba a su gusto, a la vez que encontró criticable que los manifestantes ni siquiera pisaran el césped de la Plaza. Casi faltó el paralelismo con la Unión Democrática que se enfrentó al primer Perón y que reunía a casi todo el arco político, derecha incluida y ¡oh, cielos! al pérfido embajador norteamericano.

Y es cierto, uno ve las imágenes y ve ante todo a personas que uno calificaría de clase media. No fue una protesta de hambre, ni la Plaza se llenó de cabecitas negras y descamisados. Pero mal haríamos en reducir todo a un análisis clasista de ricos protestando contra un gobierno que protege a los pobres, por mucho que se empeñen desde las filas kirchneristas en realizar una equivalencia entre clase media, derecha y (más peligroso) golpismo. Hay muchas razones para el cabreo en Argentina, como las hay en España, y no todas pasan por lo económico y muchas pueden expresarse desde posiciones progresistas.

Como demostró Cristiano, se puede ser rico y triste a la vez, y todos esos temores y hartazgos salen a la luz de vez en cuando en jornadas como la de aquel jueves por la noche. Otra cosa es que, como también ocurre en España, la falta de organicidad y su naturaleza heterogénea auguren escasa continuidad a la protesta más allá de la expresión de una cierta disconformidad. No olvidemos tampoco que Cristina ganó hace apenas un año con un aplastante 54% de los votos, que faltan tres largos años para regresar a las urnas (legislativas aparte) y que el kirchnerismo siempre se mostró muy cómodo en un escenario de confrontación y crispación. Casi, casi, como en España...

Foto: El País.

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